Un día, se encontró una cuerda de locos que le insuflaron un soplo a su vida. Y le trastocaron el mundo. Que, hasta ahora, había sido la de un querubín llegado de otros cielos, asomado con asombro a aquella avalancha de francachela, aventuras, lecciones., colores, trasnochos, mentiras, emociones, injusticias, impiedad, risas, amores, lágrimas, fuegos artificiales, barro, sangre y arena, bajo estos nuevos crepúsculos. Y se le fueron tatuando en el alma las vivencias con los recuerdos: aquella escena vista al paso por estas calles de herrumbre y sal; esta otra sobre el polícromo trazado del mosaico en un zaguán; y una más, de miserable inconformidad en los callejones del malecón, con hombres desnudos y cabizbajos tiznados de resignación y hollín.
Fue testigo presencial de la desigualdad, de la injusticia, de la carencia humana. Y en el alma le fue germinando un grito de angustia, un alarido de horror que vomitó sobre los lienzos, año tras año, hasta cosecharlo en infinita denuncia con nombre de pasquín, Panfletos. Elvis Rosendo, cuyo retrato reina desde explosivos naranjas dentro de su última muestra, alcanza de este modo un extracto de su propia esencia. Mientras, un coro de ángeles levitantes, que ascienden al tiempo que cantan, le rinde homenaje sin voz. Al principio fue reconocerse, el difícil trance de sacar de si el creador que seguramente su padre presintió cuando una tarde, sin consultarlo, arregló todo para su ingreso en la Escuela de Artes Plásticas Julio Árraga; lo montó en el bus, lo acompañó hasta la esquina de la vieja casa donde funcionaba la Academia, le entregó el pasaje de vuelta.
Y se marchó. Allí fluyó su inquebrantable rebeldía que fue juntando, al modo lego, trozos de su ayer y de su hoy. Primero fue aquel gesto de romper todos sus trabajos desgarrándose él mismo, para volver a empezar. -Todo el mundo me decía que mis obras tenían la influencia de Guayasamín que se parecían a Guayasamín. Pero él no sabía nada del pintor ecuatoriano, hijo de un indígena de origen quechua y de una mestiza, a quienes desafió asumiendo el reto de su inmenso talento que le valió todos los premios nacionales de su país y algunos internacionales desde su juventud. Quizás fue ese afán de mirarle el rostro de cerca a la miseria lo que unió a ambos creadores.
El caso es que aquellos tenebrosos entornos y las miradas tristes de los indígenas de Guayasamín y de los indigentes de Rosendo tenían un lenguaje común, el de la denuncia. Resistido a aceptar influencia alguna, “rompí todos los grabados y todas las pinturas que tenia porque me dijeron que se parecían a él”. Y la rebelión se le hizo carne hasta que conoció a Roberto González, que no tenía la influencia de nadie. Y fue cuando se sentó a investigar y concluyó que era imposible no tener vínculos con él: “veníamos de la misma raza”. – Terminé, dice, dando una carga poética al mensaje político inicial. La palabra panfletos fue inicialmente usada por los anarquistas de Francia.
El diccionario lo describe como “un escrito o libelo breve, generalmente agresivo”. Que, por extensión, se emplea para escritos de propaganda política; pero generalmente su estilo es incendiario. Cuadra esta descripción perfectamente con estas obras que presentan varias lecturas. Inicialmente, dan la impresión de amalgamar varios planos que lucen separados, cada uno de los cuales adquiere su propia vida. Posteriormente, la composición se integra en un universo en el que los elementos devienen en perfecto equilibrio.