Carretal, viernes 7 de mayo de 2010

De regreso de la casa de Ramiro Aguilar, en La Turcala, sufrí un yeyo, quizás de origen cardiaco, me regresé, solicité y bebí agua fría. Finalmente llegué bien a la casa. Sufrí el malestar a las 6 y 15 de la tarde. Me acosté en el chinchorro a las 7 y 45 p.m. para dar comienzo a este diario.

Desde hace pocos días, he reflexionado sobre el transcurso y desarrollo de mi vida. Una vez fui herido de un balazo. La vida se la debo a mis padres y a un milagro del cielo.

Humanamente reconozco que he pecado, faltado y he sido insensato. Por todo ello pido perdón a mi Dios, al prójimo, a mi familia y sobre todo a mis hijos y descendientes.

A pesar de todo lo anterior, creo tener el derecho a solicitar la atención de mis hijos püshainas: Perla, Mina, Tamawua, Pilar, Chicha, María Susana y al «Negro«, el único varón. En realidad no me siento viejo, pero, las dolencias me atropellan. A mi hija Carola, de vientre ja`ayaliyuu, nada tengo que exigirle. Ella no me debe nada, aparte de haberla engendrado. El soplo de su vida se  le debe al Padre Eterno y a su madre Rosario.

A mis primeros hijos y a su finada madre, quienes nunca padecieron de hambre y soledad, no les faltó techo, cobija, ropa y mi compañía. Luego ha habido asomos de devaluar o minimizar a mi persona, a pesar de mantener una vida sana, alejada del dolo y toda clase de desviaciones morales y cívicas.

He cultivado humildemente la literatura, en la disciplina de la poesía y el cuento, como ejemplo y regalo a mis hijos y al pueblo wayuu.

Tampoco han sido excepcionales las demostraciones de afecto de mis hermanas y sobrinos. A Celina la conocí en tierras ajenas a mi persona, debido a la dictadura perejimenista. Motivaciones sentimentales y circunstanciales me señalaron un camino de inicio conyugal con ella. No hay que olvidar que soy un wayuu de las arenas (jasaleou) y Celina era de wopumüin.

A la soledad la aprecio como una tabla flotante, luego de un naufragio en pleno mar. Nadie la aprecia ni la solicita, navega sola, silenciosa y sin rumbo, empujada por vientos, corrientes y mareas. La costa es el destino de la tabla. De allí no se moverá más. A esta figura la comparo con la muerte. La orilla es quietud, descanso y tumba.

Quizás más del 90% de los hijos y nietos de este mundo ya no tienen ni tiempo para orinar tranquilamente. Están ocupados o acosados por sus esposas, suegros, novias, negocios, velorios, viajes, maestrías, proyectos, cumpleaños, vicios y toda clase de festividades. Ni siquiera recuerdan que en Carretal aún tienen con vida a la última abuela o ascendiente. También entiendo que ella es ajena al linaje matrilineal püshaina, quizás por ello la subestiman. También se encuentran en el olvido mis desvelos e intenso y agotador trabajo en Moina y en Perijá, en donde me fui a matar zancudos en una selva con una temperatura infernal.

Para mí, la desaparición de Celina, a mi edad significa en buena parte, la extinción del entusiasmo por los proyectos de progreso material. A todo ello se suma la indiferencia a que me someten mis hijos.

Y de los nietos ni hablar, parecen egresados de una universidad con maestría de dictadores, aficionados a la gula, borracheras y a sueños desmedidos. Una vez tuve un pequeño vehículo durante más de quince años. No recuerdo que lo hayan lavado alguna vez. Siento que la indiferencia hacia el vetusto vehículo, estuviese asociado al cariño que se le debía profesar al dueño, a pesar de que ese automotor les hacía favores  a todos.

 

Continuará…