Porque nació círculo. Porque desde el centro, apretado de hilos que se entrecruzan, emanan radiaciones de tenue cendal. Porque, de alguna forma, su estructura de transparencias lo remeda, este encaje se llama sol. Su partida de nacimiento es española, aunque tiene parentela cercana con otros pueblos. Creció, en el siglo XVI, en las provincias de Cataluña, Andalucía y Salamanca. En un principio fue labor de relleno: espacios que irradiaron hilos entre agujeros previamente abiertos a grandes fajas de seda. De lino, unas. De seda, otras. Se nacionalizó canario en trámite desconocido y discutido. Se sabe que se asentó en Tenerife y que, posiblemente, se emparenta al llamado encaje de filete, que se elaboraba sobre una malla cuadrada a mano.
Ocasionalmente, la malla tenía forma de diamante y esta técnica permitía el uso de hilos de diferente espesor para crear diversidad de texturas. Ya sol, este encaje se esparció por varios territorios americanos: Paraguay, donde se le conoce como ñandutí y se le elabora con hilos de seda; Perú, Brasil y Bolivia. Y se aposentó en el extremo occidental de Venezuela, entre las serranías de Perijá, con las cuarenta familias canarias que, lideradas por Juan de Chourio, se establecieron en la Villa del Rosario desde el siglo XVIII. A los otros pueblos, llegó inmerso entre candeleros y hostias, como equipaje de los jesuitas. O en la abigarrada bodega de un bajel español.
Fue a finales del siglo XIX cuando el caudillo Venancio Pulgar incendió totalmente el poblado de La Villa del Rosario de Perijá, desde donde sus mujeres huyeron hacia Machiques y Maracaibo llevando la labor aprendida en el Centro de Enseñanza de Soles de San Ignacio, en sus vecindades. Para trabajar el sol de Maracaibo, las maracuchas se valen de un tambor cuadrado, en la mayoría de los casos. Para los soles individuales, adoptan una base dentada redonda, tal como las hiladoras del encaje canario. Las artesanas de Paraguay usan preferentemente el tambor cuadrado, mientras que en Brasil es redondo.
Los elementos básicos para confeccionar soles son una aguja de coser o de bordar, un bastidor, un hilo fino apenas interrumpido por los anudados y una enorme dosis de paciencia. No es casual el hecho de que las labores de encaje se consolidaron en las silentes horas de los corredores conventuales. El cuerpo del sol de Maracaibo emerge de una corona, centro donde convergen todos los rayos, caracterizada por el relieve de su contorno.
Al otro extremo, en el borde exterior de las radiaciones, se tiende el filete –de reiteradas cadenas de puntillos-. Y entre ambos, coquetea el manojo, verdadero elemento diferenciador del diseño. No solían ser muy abundantes los modelos de estos manojos de los soles: palma abierta, rabito ‘e perico, azucena, margarita y de plumita. Localmente, de esta labor sólo se encuentran testimonios a finales del siglo diecinueve en la edición del 3 de octubre de 1893 de El Fonógrafo del Zulia, donde se reseña un trabajo de soles realizado por una niña de nueve años, alumna -en la Escuela de Labores- de la maestra Eleuteria de Castro. Ya para entonces, las hermanas Cepeda Conde habían aprendido la tarea. Y la enseñaban a jóvenes vecinas de la Iglesia de Santa Bárbara.
Para la época, la abundancia económica que generó el nacimiento de la industria petrolera y la presencia de norteamericanos, holandeses, alemanes y otros europeos aficionados a los encajes, hizo nacer un mercado que convertiría su taller en una verdadera industria artesanal: recibían encargos de mantelería, faldellines, mantillas, pañuelos, servilletas y hasta trajes de novia, enteramente confeccionados con la técnica de los soles. Hace dos décadas, doña María Teresa Contreras de Hernández, esposa del entonces Presidente del Concejo Municipal Felipe Hernández, inició una cruzada por la recuperación de esta labor, entonces en extinción.
Desde los años 80, su iniciativa logró la creación de los talleres de soles, aún vigentes, que han permitido la constitución de un ejército de manualistas. Que, recientemente, urdieron un entramado de más de quinientos soles en un manto de regalo para La Chinita zuliana. Y que aplican esta delicada técnica a otros quehaceres y artes.