Aquel día, los vehículos se estacionaban incesantemente frente a la casa de la señora Ligia. Su sobrina nieta entregaba presurosa y por lotes las cajitas blancas con su seda azul que contenían un tesoro en su interior. Envuelto en papel film se encontraba una masa solida y sabrosa, la pasta de hicacos que, con amor y esfuerzo, se hacía en la casa. “mira que son diez, cuenta bien” decía la señora cuyas fuerzas ya minadas por la enfermedad iban cediendo. Pero se mantenía intacta la memoria que era la que nos adentraba en los sabores de su fogón. Ella contaba como había sido guía de turismo y en cada viaje conocía nuevos lugares, como su mamá no había querido que se casara y como además aprendió a hacer dulce de hicacos y a convertirlos en pasta. Todo un trabajo que la haría viajar a menudo en las maletas de los que compraban tan delicado manjar.
Y es que en cada cajita se mostraba el cuidado que se tenía al prepararlas; además de la tradición que se mantenía al lograr colocar cada una de ellas. Habituados estábamos al dulce de hicacos que nos permitía hacer muchas morisquetas al retirar la pulpa con los dientes de aquella masa dulce y perfumada. Había luego que morder la semilla porque el hicaco tiene su nuez y ésta, con su sabor particular, completa la ingesta. Allí llego la inventiva de la señora Ligia, había que eliminar esa semilla y hacer de este un postre de altura, de abolengo; dirían algunos de los clientes que enviaban a sus choferes para que buscaran el preciado manjar solo accesible a unos pocos bienaventurados.
No era una producción masiva. Allí estábamos pues, listos para escuchar como se llegaba a aquella preparación que le había llenado de orgullo y que hacía que, desde otras ciudades, sonara el teléfono para hacer pedidos de esta pasta. Los moldes los fue a buscar a Colombia porque allá eran más económicos, y se ideó uno que fuera único y diferente. Como en forma de pescadito alargado. Una vez que estaba lista la pasta, se sacaba con mucho cuidado y se empacaba con una base de un cartoncito y el papel film para que pudiera verse su interior.
Para ella, el dulce de hicacos no era cualquier cosa, que hacerlo era laborioso pero que los más versados conocedores de la culinaria local habían acompañado sus comidas con este manjar colorado y que debíamos ser celosos al escoger la fruta. Que preferentemente debía venir de la Guajira, donde los comedores y los fogones están rodeados de estas frutas; y que su temporada tiene vida corta; pero que apurándose se logra tener un buen suministro. Hicacos rosados y pulposos debe ser la base. A cada fruta hay que hacerle su cruz y sumergirla en abundante agua con el jugo de dos limones.
No más para que no sea ácido el dulce. Le interrumpí para decirle que cuanto hicaco, su mirada fue de aquellas que se reciben de muchachos y luego entendió que la curiosidad era para plasmar en el cuaderno la exactitud de la receta y así preservarla. Asintió con su cabeza y me dijo que por cada medio cuñete eran dos limones; es decir, que para cada cuñete eran cuatro limones. Entendiendo que un cuñete es el envase donde se venden las pinturas y luego se reutilizan para vender el fruto. Luego de reposados por al menos doce horas se pelan con sumo cuidado y se llevan al fuego medio. Y con la misma cantidad de azúcar que de frutos pelados comienza el proceso para obtener el dulce. El fuego irá haciendo su trabajo y la conjunción del jugo de limón con los frutos y el azúcar irán tornando cada pieza en círculos rojizos que serán largamente acariciados por la cocción.
La espuma que se forma se retirara ya que enturbia el dulce. Y, una vez que empiece a espesar, habrá que estar encima de este para cuidar que no se pegue. Se espera que vaya soltando poco a poco las semillas y dejando de lado la pulpa, rica y gustosa para poder enfriarla y servirla. Con el cuidado que se le da a los tesoros de la cocina tradicional, entregó finalmnte su instrucción para extraer la nuez y añadirla a cada pasta con cuidado para que todos los sabores estuvieran allí. Con una prensa, preferentemente de madera para que no se rompa la nuez, ustedes rompan cada semilla y saquen la nuez, apártenla y, cuando moldeen en ese molde de pescadito, coloquen las nueces para que aquel que coma sienta todo el sabor de estas motas de algodón convertidas en dulce.
Pasta de Hicacos de Ligia González, Haticos por arriba. Calle 108, número 18A-25. Sector Pravia-